domingo, 17 de agosto de 2014

Sin nombre

Era un hombre como cualquier otro, quizá bastante similar al resto, incluso más de lo que él quisiera; todo lo que en él había, sus virtudes, defectos y debilidades, eran humanas, características filtradas y heredadas por sus padres y de sus padres, por los siglos de los siglos desde el comienzo de los tiempos.

Trabajaba en el mismo lugar desde hacia mucho tiempo, en un banco cerca de su casa. Empezó como encargado de las encomiendas o cualquier tipo de diligencia que se le encargara y ahora ostentaba de un puesto de relativa importancia. Puesto que le permitió hace un par años conocer a una hermosa muchacha, hija del gerente general, con la que pronto iba a contraer matrimonio, para ser exactos, mañana. Se podría decir, y así lo pensaba él, que estaba frente a la mejor etapa de su vida, hecho que disfrutaba aunque esa felicidad no era tan notoria para las demás personas.

Al saber que iba a estar lejos de sus funciones regulares por algunos días, se dedicó en lo que quedaba del día a coordinar con su secretaria todas las diversas actividades que debían realizarse durante su ausencia. Ella era una joven rubia, bastante bonita que en ese momento solo se dedicaba a tomar notas. Había estado trabajando con él desde hacia unos seis meses.

Terminó el día laboral, se tomó un café, como todas las tardes; un café completamente insípido, hecho que atribuyó a la persona encargada de prepararlo, ya que era nueva en su puesto. Esta tradición era inquebrantable, pese a que ganaba lo suficiente como para comprarse un café de mejor calidad en cualquier otro lugar; era un hombre que seguía sus tradiciones religiosamente, tanto que los cambios repentinos lo asustaban, por lo que le pareció extraño que al estar tan cerca a un evento de la altura de un matrimonio no sintiera el más mínimo temor o cosquilleo o algún sentimiento, el que fuera, estaba tranquilo, como si en lugar de café estuviera tomando té de tilo, algo que explicaría su falta de sabor, no así la coloración de su bebida.

Estas meditaciones le retuvieron un tiempo, no se percató que ya era tarde y se dirigió a su casa luego de una breve charla con el guarda de seguridad del banco, contándole que estaría fuera unos días y del incidente del café sin sabor para que tomara las precauciones del caso. El oficial solo asintió con la cabeza sin mencionar una sola palabra.

Su novia, unos cinco años más joven que él y de una cabellera negra y larga, se había encargado de todos y cada uno de los detalles concernientes a su boda, por lo que esa noche no tenía ninguna actividad importante que hacer, estaba libre para realizar cualquier cosa que quisiera. Pensó en llamar a sus amigos o a su hermano para una última cena antes de romper, de una vez por todas, con su soltería, pero justo antes de hacerlo se dio cuenta que eran las 5:23 a.m. No tenía idea cómo el tiempo se había esfumado sin ni siquiera tener chance de cenar, o ver a sus amigos para un breve festejo. Pensaba que no podía ser posible que hubiera durado tanto tiempo caminando hasta su casa, o charlando con el guarda o tomando café; pero no se sentía cansado, sospechaba que algo extraño estaba pasando alrededor suyo o que se había quedado dormido, pero nuevamente no le dio importancia a lo ocurrido y tomó una ducha, con agua fría para refrescar sus ideas.

La boda sería a las 10 a.m. de esa misma mañana por lo que salió, como es lógico, en cuanto estuvo listo para evitar cualquier contratiempo. Se sentó en su carro y se dio cuenta que había olvidado echarle gasolina, el tanque estaba completamente vació; estaba convencido de que no podía perder más tiempo, por lo que tomó la decisión de empezar a caminar mientras aparecía un taxi o un autobús que lo llevara al lugar del evento. Mientras caminaba se le acercó un hombre bastante elegante, y pese a que no lo conocía se le hizo bastante familiar; lo saludó por pura cortesía, y empezaron una conversación mientras caminaban. Al parecer, él también había tenido problemas con su auto, y ambos se dirigían a sitios cercanos por lo que decidieron caminar juntos mientras aparecía un taxi; era extraño, las calles estaban despejadas y el único carro que circulaba por las calles era uno rojo, que para su desgracia, no era un taxi.
 
Pedro Novikov, era el nombre del elegante caballero, o al menos eso fue lo que le dijo, pero se convenció de que podía ser verdad al ver que su apellido ruso calzaba perfectamente con su apariencia física y acento. La conversación fue por todos los temas, desde la política hasta sus respectivos trabajos y familias, tan entretenida estuvo que no se percataron que llegaron a su destino alrededor de las 9:37 a.m. Se despidieron muy animosamente y quedaron en continuar la charla en cuanto estuviera de vuelta en la ciudad. Sin pensarlo dos veces, se dirigió al baño para mirarse al espejo y encaminarse al lugar donde seguramente lo estaría esperando su preocupada novia debido al retraso que había tenido. El espejo estaba quebrado, y a como pudo se peinó y acomodó el corbatín.

En la recepción, un oficial de la policía le pidió su identificación, al tratarse de una boda de tal importancia no era de extrañarse que las medidas de seguridad que se implementaran fueran las más estrictas, más tomando en cuenta todos los contactos que el gerente general del banco, su futuro suegro, podía tener. La buscó por todas partes, no la traía. "¡Cómo pude haber sido tan descuidado!", pensaba mientras se requisaba en todos los bolsillos una y otra vez, la habría dejado sin duda en el pantalón del día anterior o en la oficina. El oficial le pidió su nombre para revisar si se encontraba en la lista de personas autorizadas para ingresar, pero no lo pudo pronunciar, no lo recordaba, se le había olvidado por completo. Empezó a sudar, la impotencia lo gobernaba, su cerebro y su memoria le estaban dando una mala pasada en el momento menos indicado, se reía nerviosamente, quería llorar. El oficial le seguía pidiendo el nombre, él sólo atinaba a decir: "¡Soy el novio!".

El oficial no le creía, no podía creerle, el banquero estaba vestido con una bata y un pantalón viejo, más parecida a una pijama que a un traje de novio, a excepción del corbatín, que fue el único detalle que no olvidó ponerse en la atareada mañana. La única solución que encontró fue la de burlar como fuera posible al oficial e ir a buscar a Irina, su novia, que explicara este mal entendido. Ella buscaría un traje o algo que se pudiera poner, aunque se retrasaría la boda un par de horas, solucionaría el lío en que estaba metido, Irina siempre sabía que hacer.

Empezó a correr pese a los gritos del oficial y no se detuvo, fue interceptado por otros dos oficiales, muy parecidos al primero, seguramente por el uniforme. Estos no pudieron contenerlo por mucho tiempo pero tropezó y por la inercia siguió con fuerza hasta golpear unas puertas que cedieron por culpa del impacto. Las puertas pertenecían a un salón donde se estaba celebrando una boda, de forma instintiva todos volvieron a ver a nuestro desgarbado banquero, incluso los contrayentes. No podía creer lo que veía con sus ojos, los restregaba con fuerza y seguía sin creerlo, era la boda de Irina con Pedro Novikov. "El muy canalla aprovechó la información que obtuvo de nuestra conversación y todos mis infortunios para robar mi novia y mi vida", pensó y se apoderó de él una rabia profunda que lo obligó a correr hacia Pedro Novikov mientras gritaba :"¡Ladrón!" y otros insultos, para intentar golpearlo hasta que la policía se lo impidiera. Habría sido así, de no ser porque en el suelo se abrió un gran hoyo, profundo y oscuro, como el infinito, donde empezó a caer, y caer, y caer, mientras escuchaba la risa burlona del impostor...

***

Cuando abrió los ojos, estaba en una cama de hospital y como es natural, se sentía mareado y desorientado. A la par suya estaba una joven rubia, bastante bonita, que en ese momento solo se dedicaba a cambiar las bolsas de suero. Se mantuvo un rato en silencio, escuchando su entorno para descubrir que había pasado con Irina o con su boda o cualquier detalle, lo que fuera. Había sufrido un accidente automovilístico al que sobrevivió de milagro, o eso fue lo que le pareció escuchar, antes de cerrar nuevamente sus ojos, de la misma boca del Dr. Novikov, mientras hablaba con Irina, su Irina.

jueves, 14 de agosto de 2014

Un silbo apacible y delicado.

"Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado." (I Reyes 19:11-12 RV60)

He leído este par de versículos tantas veces como se pueda uno imaginar, y nunca me ha dejado de sorprender. Una vez, el pastor de mi iglesia decía: "Dios no grita, susurra para que estemos cerca de Él mientras habla"; como se habla con un amigo.

domingo, 10 de agosto de 2014

Es el mejor de los tiempos, es el peor de los tiempos...

Creo que lo he dicho muchas veces, aquí o por otros medios, pero desde que recuerdo he vivido rodeado de una atmósfera cristiana. Mi mamá, que llegó a los pies de Cristo cuando yo tenía apenas 3 años, siempre le ha gustado escuchar música (cosa que heredé, lo admito) y, como es natural, incluyó en sus gustos música con letras cristianas. Por esos tiempos, y de eso ya muchas lunas, estuvo de moda un grupo guatemalteco llamado "Palabra en Acción", el cual tiene una canción que me da vueltas en la cabeza de vez en cuando, que se llama "Dios no nos trajo aquí". Musicalmente no aporta mucho, algunos panderos y melodía repetitiva que va aumentando de velocidad conforme se repite, etc. Eso sí, la letra es un poco más interesante, y la pongo acá tal cual:

"Dios no nos trajo hasta aquí
Para volver atrás;
nos trajo hasta aquí
A poseer la tierra que Él nos dio.
Y aunque gigantes
Encuentre allá 
Yo nunca temeré;
Nos trajo aquí,
A poseer la tierra que Él nos dio."

Es normal que una canción que escuché en mi infancia "n-veces", y considerando que el valor de "n" tiende a infinito, se quede grabada en la memoria, pero lo importante de todo esto, considero yo, es en el momento "histórico" en que la recuerdo, justamente a un año, aproximadamente, de acabar mi carrera universitaria. Dentro de un par de días, más o menos inicio lo que podría ser mi penúltimo semestre, y es aquí donde ya no se tiene la posibilidad de "volver atrás" y dejar todo botado. Confieso que muchas veces he tenido ganas de hacerlo, más cuando existen más gastos que beneficios presentes en estudiar una carrera tan larga, pero tampoco puedo negar (cosa que agradezco infinitamente) que en esos momentos de duda, he visto de forma más clara la mano de Dios, sí, de Dios, para evitar que haga algo de lo que me vaya a arrepentir después;  y pese a mí mismo, "me trajo hasta aquí para poseer" algo que Él mismo preparó para mí, desde que sintiera una verdadera vocación por lo que ahora estudio, incluso muchísimo antes de tener planeado aparecer y caminar en este planeta. 

La situación no se ve muy alentadora, pero la verdad, para ser honestos, nunca se ha visto diferente. Quedan varios cursos rudos, la práctica y el proyecto de graduación, siendo estos los "gigantes que se encuentran allá", pero ya que me trajo hasta aquí, ¿Por qué no ir a tomar lo que Él ya me dio? 

Creo que uno de los objetivos principales por los que Dios dejó en su palabra historias como las del libro de Josué (https://www.biblegateway.com/passage/?search=Josu%C3%A9+1&version=RVR1960), que es la base para la canción en cuestión, fue para dar aliento y ubicar a gente (como yo) que está a punto de emprender tareas que sobrepasen sus facultades y límites. Repito, es mi suposición.

Soy pesimista por naturaleza, como buen aficionado al Barcelona F.C.,y si miro un poco hacia atrás, hace cinco años, veo que tenía las mismas dudas, inquietudes y temores que tenía hasta hace unos días, por lo cual, es claro que dentro de mí sigo siendo el mismo humano de toda la vida (esa parte de mí, mi naturaleza no ha cambiado y no lo va a hacer), convirtiéndome en mi propia versión de "Sísifo": cargando la roca de mis miedos y frustraciones hasta la cima de la montaña una y otra, y otra, y otra, y otra vez. Pero también Dios, como es su naturaleza, no ha cambiado para conmigo, y siempre me ha dado de "su vara y su cayado" para que deje a un lado mi testarudez y le crea de una vez por todas que "TODO VA A SALIR BIEN" y me asegura que TODAS las mañanas, cuando despierte, tiene para mí Misericordias Nuevas, y solo tengo que avanzar dentro de su maravilloso plan... Por lo cual, aquí descanso, no confiado y relajado en que las cosas van a salir por arte de magia, pero eso sí, con una paz que tenía tiempo de no experimentar y es una de las mejores sensaciones que se pueden tener.

Charles Dickens, comienza uno de mis libros favoritos de la siguiente manera:
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada..."
Creo que no pudo haber resumido esta etapa de mi vida mejor.