lunes, 2 de octubre de 2017

Segunda Epifanía


Nunca me había sentido tan abrumado en toda mi vida.

En un segundo, una tarde calurosa, al estar caminando en una calle de mi país llena de gente a mi alrededor, me sentí infinitamente pequeño, sofocado, triste. Las multitudes me agobian y el calor… todos hablando al mismo tiempo, ofreciendo el artículo chino de moda, lo último en películas piratas, los cargadores para cualquier tipo de celular y nada de eso me importaba, nunca me había importado. Me pesó el maletín donde llevaba mis cosas, la ropa que andaba puesta y todos los años que llevo a cuestas… Absolutamente todo me pareció vano y efímero.

No lo soporté más y busqué inmediatamente un lugar con sombra donde sentarme para tranquilizarme un poco, ordenar las ideas...

Cerré los ojos y por un segundo me puse a pensar que estaba en otro lugar, un lugar más fresco. Tal vez en una casa cerca de una montaña y para ser más específico, en una habitación en un tercer piso, algo muy similar a un ático. En ese momento, probablemente, iba a estar anocheciendo y en un gran ventanal, en el fondo, se comenzarían a distinguir las luces de la ciudad. Quizás se escucharían caer unas pocas gotas del aguacero que acababa de terminar, por lo que también, algunas veces, se sentiría una brisa fresca recorrer toda la habitación. No es de extrañarse, que ahí también estuviera ella. Tranquila, apacible y hermosa como siempre; cada respiración suya estando en armonía con la apacible calma del lugar y que sólo se interrumpiría cuando aquella brisa fría hiciera que ella, que dormiría junto a mí, buscara abrigarse un poco más… y en ese segundo fue cuando todo tendría sentido. Vendrían a mí mente cada uno de los eventos que nos habrían llevado hasta ese preciso momento: cada lágrima, cada alegría, cada decisión, las buenas y malas, mis tristezas, sus triunfos y nuestros fracasos, todo, absolutamente todo, habría encajado de manera perfecta para que estuviéramos solos, ella y yo en esa habitación, juntos, sin que nada más importara; lejos de todo aquel agobio, del bullicio, del bochorno y hasta de mi melancolía. Pensé por primera vez en mucho tiempo que había un futuro diferente, lejos de ese insoportable calor y de esta ciudad aburrida. 

He de confesar que aunque no tenía mucho tiempo, me sumergí un poco más en aquella escena, y pensé que quizás, en algún momento de aquella fría tarde, ella, entre dormida y despierta, tal vez me preguntaría que en qué estaba pensando. Yo, como es lo usual, le diría que en nada en particular, como siempre; o quizás, y sólo por esa vez, le contaría una historia, de esas que preparé para los domingos en la noche. Le podría empezar contando que hubo un día, a mediados del verano del 2017, que al estar viendo fotos y documentos viejos tuve un extraño pensamiento que lo acompañó un sentimiento de profunda tristeza: pensé que nunca iba a saber qué estaba haciendo ella el domingo 20 de Mayo del 2007. Y que a esa fecha vinieron otras, y que se me ocurrió esa fecha como se me pudo haber ocurrido otra, que de todos modos esos pensamientos nunca vienen solos. Que me empecé a preguntar, por ejemplo, si ella estaba bien ese día o si se había levantado un poco enferma, o si tal vez, en ese momento, era feliz o si tenía el corazón roto (porque yo sí), o si se estaba aburriendo en esa tarde, porque los domingos, a veces, son un bodrio interminable, no sé… Y le contaría también, que las preguntas siguieron, pero que me detuve en una en específico: “hace 10 años, ¿hubiésemos sido amigos de alguna forma?” Pero que la respuesta era sencilla: “Obviamente no”. Porque seríamos dos personas completamente diferentes a las que solíamos ser en ese entonces; incluso que si por alguna “casualidad cósmica”, de esas que me gustan un poco, nuestro círculos sociales hubieran coincidido en espacio-tiempo, hay muchas posibilidades que nunca nos hubiéramos dirigido la palabra siquiera. Tal vez, porque ella en ese entonces, estaba buscando otras cosas diferentes a las que un tipo como yo podía ofrecer, tal vez otro tipo de amigos, que incluso, tenía otros objetivos de vida; y yo, pues, yo quizá la estaba buscando a ella, aunque en la persona equivocada como siempre. Y que en conclusión, eso pasaba porque cambiamos siempre, ya sea por decisión propia o porque no nos había quedado otra opción. Diré, que por ejemplo, cuántas veces, en este corto espacio de tiempo de diez años, nos habíamos vuelto a reconstruir desde cero, (Yo cuatro). Que hemos ido y vuelto, reído y sufrido, y que también porque variamos incluso las cosas triviales, como nuestro gusto musical, las películas que vemos, o las conversaciones que nos gusta tener…

* * *

Me detuve, paré de pensar. Abrí mis ojos porque un fuerte trueno me sacó de mis cavilaciones. Empezaron a caer algunas gotas, cada vez con mayor frecuencia hasta convertirse en un aguacero. Fue entonces, cuando la vi por primera vez a ella, que llegó corriendo a guarecerse de la lluvia.




“ Bus stop, King William St” de Mike Barr.