domingo, 22 de mayo de 2016

Decisiones

R. tomó el bus que lo llevaría a su casa, un martes a las 10 a. m. llevando un sobre amarillo debajo del brazo. Esto no ocurría siempre, su horario de oficina no se lo permitía. En cualquier otro martes, se encontraría a esa hora disfrutando de un cigarro con una taza de café, quince minutos al día, todos los días, a esa hora; pero no ese martes.

Todo había empezado hacía un mes atrás, cuando un día no pudo soportar todo el cansancio y dolores que sentía en su cuerpo, y que según él, se debían a la excesiva carga de trabajo que venía manejando; pero no, ese día entendió, por fin, que algo no se encontraba bien con su cuerpo: se había desmayado delante de sus compañeros. Al principio atacó los síntomas con analgésicos, algún té relajante, o simplemente llamando a la oficina avisando que no iría para quedarse durmiendo todo el día. Pero la situación había empeorado, y tuvo que empezar a tomar medidas más drásticas. La lógica hubiera sido visitar a algún especialista, pero no lo vio necesario, su orgullo no se lo permitía, odiaba los hospitales más que a nada en el mundo, y de todos modos, "no es para tanto", pensaba. Por lo que decidió cambiar su estilo de vida. Empezó mejorando su dieta, en parte también porque a sus 38 años sentía que ya no se debería de estar consumiendo la cantidad de azúcar que consumía, y también porque ya no tenía el cuerpo esbelto que solía tener. Siempre había sido alto, de contextura gruesa, nunca gordo; pero desde hacía un tiempo para acá había empezado a notar, en el espejo y en su ropa, como esa "etiqueta" se iba quedando poco a poco en su figura; eso debía cambiar, probablemente esa era la razón de sus malestares. También se inscribió a un gimnasio.

Los primeros veintidós días, trató que funcionará, llenó su despensa de comida orgánica, botó los dulces y dejó de pedir postre. Asistió puntualmente al gimnasio, dos horas, los lunes, miércoles y viernes,  incluso, hasta intentó dejar de fumar unas cuatro veces. No lo logró, ni tampoco sus dolencias desaparecieron.

Su esposa, que había visto su deterioro físico durante todo ese tiempo, ya había empezado a cuestionarse lo que ocurriría con sus vidas y la de su pequeño hijo si lo de R. en verdad fuera algo grave y le aterraba esa idea; es por esto que vio aquel incidente como la oportunidad que estaba esperando para que R. fuera al médico y le realizaran todas las pruebas necesarias para dar con lo que lo estaba afectando. Esto fue motivo de una discusión un poco fuerte que acabó cuando su esposa empezó a llorar y R. aceptando, al fin, la temida visita al hospital. Bajo otras condiciones, y pese a que la amaba, no le habría importado ver las lágrimas de su esposa y tomar la decisión que él quisiera, pero se sentía muy cansado para seguir escuchándola a ella o a su tonto orgullo.

Las  primeras pruebas, no encontraron nada fuera de lo normal, pero esta era la parte que más preocupaba al doctor. Continuó haciendo más pruebas, cosa que molestó muchísimo a R., analizando todos los resultados y descartando posibilidades,hasta que citó a R. para darle su dictamen aquel martes en la mañana. Prefirió ir sólo. El doctor empezó hablando y después de un largo preámbulo, para exasperar a cualquiera, dijo la palabra "Cáncer", y para desgracia de R. y de su familia, un poco más avanzado de lo esperado. El sobre amarillo contenía toda la información que el doctor consideró importante para él: tratamientos, lugares especializados, incluso hasta una lista de psicólogos.

El jueves anterior, después de que le realizarán todos aquellos odiosos exámenes había decidido ic con su familia de vacaciones y las disfrutó como las últimas. Esos días cerca del Pacífico le habían hecho sentir mejor, incluso hasta olvidado todos sus problemas, pensó que quizá aquello de que no tenía memoria era cierto. Pero esta noticia lo volvió a la realidad de un golpe. Cuando tomo su asiento en el bus, lucía bastante perdido, pero era porque en su mente sólo había una pregunta: "¿Ahora qué hago?". El tratamiento era costoso y no todo lo cubriría su seguro, quizá sacrificar un poco el ahorro para el auto nuevo y arreglar el viejo, de todos modos, muerto no lo necesitaría. Esta pregunta lo llevó a durar un poco más de lo usual en llegar a casa y no fue hasta que tuvo claro su accionar con respecto a todo esto que regresó. La primera decisión fue no decirle nada a su esposa. Ella no lo soportaría, las cosas ya habían empezado a mejorar entre ellos como para que una noticia de tal magnitud las echara a perder. Tontamente le dijo que el dictamen había sido que tenía Anemia (buscó en Internet el nombre de una enfermedad que más o menos encajará con sus síntomas), que no se había dictaminado antes por unos errores y que empezaría el tratamiento la próxima semana. Su esposa no supo disimular la alegría que le dio el darse cuenta que no fuera algo peor, acusó a su cambio drástico de dieta y prometió estar muy al pendiente de su tratamiento para ayudarle en todo lo que pudiera. R. disimuló hasta donde pudo su tristeza, de todos modos, ya en eso se había hecho un experto.

Otra cualidad por la que siempre se había distinguido R. era por su gran orgullo. Desde que tenía memoria, había intentado ser el primero en todo. El primero de su clase en notas, el mejor jugador de fútbol de su generación, el primer chico en ligar, y no empezar con cualquiera, sino con la más guapa del colegio, y una vez superado este pequeño amorío, superar al resto en cantidad. Alardeaba de cualquier cosa, y delante de todos. Pero la situación se llegó a salir de control cuando se propuso sobrepasar a todos en la cantidad y la frecuencia de las borracheras. Su padre le habría advertido, con tono severo y casi profético que "ese orgullo suyo lo llevaría a la tumba". Esto fue motivo de mucha discusión en su casa y sólo se terminó un mes más tarde al casi cumplirse dicha "profecía", cuando R., estando en una competencia de autos callejera y un poco alcoholizado, se estrelló contra el muro de una casa, saliendo de milagro apenas con rasguños. Decidió abandonar ese estilo de vida, del cuál veinte años después solo conservaba su gusto por el cigarrillo, y abocarse a ser mejor en otras áreas, como ser el mejor hijo, el mejor en su trabajo, tener la mejor esposa y los mejores hijos, lo que sea con tal de poder presumir. Esta enfermedad había llegado de forma inesperada a truncar sus planes de reconocimiento ajeno.

Por esto, la segunda decisión que tomó fue que no sería el primero de sus conocidos en tener que pasar a través de un cáncer terminal. No se "rebajaría" a los tratamientos, al desgaste físico suyo y de su familia, y menos a ver afectado su estilo de vida por los hospitales. Eso jamás, no lo permitiría.

Esto lo hizo tomar la tercera y última decisión: se suicidaría. La forma la tenía clara, en un accidente automovilístico y tenía que ser el jueves a más tardar, antes que su esposa descubriera la mentira. Pasó ese último martes y miércoles con ella y su hijo. Pidió de vacaciones el resto de la semana, no tenía intención de ir a la oficina y tener que responder las preguntas insistentes y necias de sus compañeros, no estaba de ánimo. El miércoles, se levantó temprano y tomó unas tres horas para escribir dos cartas. La primera de ellas era destinada a su esposa y la dividió en dos partes: en la primera parte escribió sobre instrucciones de cobro de seguros y las cuentas de ahorro que tenía, había estado haciendo cuentas, y lo que tenían les podía alcanzar para tal vez unos cinco años; la segunda parte la tomó para decirle cuánto la amaba, cuanto la echaría de menos y todo lo que se arrepentía del tiempo que no pasarían más juntos. La otra era para su hijo... Ambas las terminó de escribir llorando.    

Esa última noche no pudo dormir, ¿quién podría?. El jueves en la mañana se despidió de su esposa y de su hijo y partió, con la excusa de visitar a sus padres. Apenas y le dijo adiós a su padre, no pudo contener las lágrimas con su madre. Les hizo prometer que le brindarían toda la ayuda a su familia en caso de que algo le pasará, que "uno nunca sabía cuando podía pasar una desgracia"... ambos estuvieron de acuerdo. Esperó a que fuera de noche, fue al bar que más le gustaba en su lejana adolescencia y pidió "una pequeña dosis de valor" con sabor a whisky. Salió de ahí tan pronto como pudo, no le gustó el ambiente. Puso su disco de música favorito, se quitó el cinturón de seguridad y aceleró. Aceleró hasta que el auto no pudo más, y en la primera oportunidad que tuvo, se dirigió directo al barranco cumpliendo, por fin, su plan...

***

Las noticias del día siguiente, hacían énfasis en que, una vez más, el alcohol y la velocidad cobraban una víctima más en las carreteras, otros eran menos severos y hablaban de un desperfecto mecánico, no podía "determinarse con claridad". Periodistas, sin tacto, hacían toda clase de preguntas estúpidas a la ahora viuda del que en vida fue el mejor hijo, el mejor compañero de trabajo, el mejor esposo y el mejor padre; mientras en su casa el teléfono suena constantemente sin ser atendido por nadie. Es por esto que una enfermera, ajena a la situación, deja un mensaje en la contestadora, pidiendo las disculpas del caso y solicitando que R. se presentara inmediatamente en el hospital, ya que debido a un error con su nombre fue diagnosticado erróneamente de cáncer y que sólo se trataba de una simple anemia pero que debía ser atendida lo más pronto posible...




















lunes, 2 de mayo de 2016

El Poeta Halley (Fragmento)

Santi Balmes

Acojo en mi hogar 
Palabras que he encontrado abandonadas en mi palabrera. 
Examino cada jaula y allí, narrando vocales y consonantes,
Encuentro a sucios verbos que lloran después de ser abandonados por un 
Sujeto que un día fue su amo 
Y de tan creído que era prescindió del predicado. 

Esta misma semana han encontrado a un par de adjetivos trastornados, 
A tres adverbios muertos de frío 
Y a otros tanto de la raza pronombre
Que sueñan en sus jaulas con ser la sombra de un niño.
Se llama entonces a las palabras que llevan más días abandonadas 
Y me las llevo a casa,
Las vacuno de la rabia ,
Y las peino a mi manera 
Como si fueran hijas únicas... Porque en verdad todas son únicas. 

Acto seguido y antes de integrarlas en un parvulario de relatos o canciones 
Les doy un beso de tinta
 Y les digo que si quieres ganarte el respeto nunca hay que olvidarse los 
Acentos en el patio. 

A veces les pongo a mis palabras diéresis de colores imitando diademas
Y yo solo observo como juegan en el patio de un poema.

Casi siempre te abandonan demasiado pronto, 
Y las escuchas en bocas ajenas,
Y te alegras,
Y te enojas contigo mismo como con todo lo que amamos con cierto egoísmo.
Y uno se queda en casa, inerte y algo vacío 
Acariciando aquel vocablo mudo llamado silencio 
Siempre fiel, siempre contigo.
Pero todo es ley de vida.
Como un día me dijo el poeta Halley, 
Si las palabras se atraen, que se unan entre ellas 
Y a brillar, que son dos sílabas.