domingo, 12 de noviembre de 2017

Tercera Epifanía

Era jueves por la tarde y estaba nublado, casi a punto de llover...

Quizás se pudiera pensar que el ambiente de la escena en la que se desarrolla este evento en particular sea triste, o que influía directamente en el estado anímico de los héroes de esta historia, pero nada de eso. Cuidado, tampoco me malentiendan, no era que faltaban razones para estar cabizbajo; de hecho, todo lo contrario, se sentía llenos como de una especie de nostalgia, y no habían recibido ni una sola noticia buena desde ya algunos meses; pero esto parecía no importarles mucho, por lo menos no al principio, no esa tarde.

Estaban acostados, uno al lado del otro, hablando. Hablaban de todo, pero principalmente, de algunos recuerdos, tal vez de cómo eran antes de conocerse, de cómo eran ahora, de la vez que fueron de paseo a aquel lugar o a aquel concierto, o de la vez que conocieron a la familia del otro, etc. como si tuvieran mucho tiempo de no verse; pero siendo honestos, tenían casi ocho años seguidos de hacerlo así. No le decían a nadie, pero este hábito que tenían ellos hacía que se olvidaran del resto del mundo por un momento, dándoles el balance y la tranquilidad necesarias para afrontar el caos de su alrededor.

Ahora, la historia de cómo llegaron a enamorarse no difiere de todas las historias antes contadas, quizá interese un poco más el cómo se conocieron. En ese entonces, hace ocho años, eran dos perfectos desconocidos, bueno, quizás se habían visto antes en alguna parada de bus sin darse cuenta y no lo recordaban. Él trabajaba, para costear sus estudios, en la cafetería a la que ella iba puntual todos los martes antes de una clase de economía. Una tarde de fría, similar a la de nuestra historia, él, un poco distraído por una joven que desde la barra no dejaba de coquetearle, dejó caer sobre ella una taza de café caliente. El alboroto que se armó no fue pequeño. Ella, con alguna quemadura leve tuvo que ir a la enfermería, perdiendo el resto del día lectivo. Él, por otro lado, un poco por arrepentimiento y otro por el reciente recuerdo del puñetazo que le dio ella, decidió hablar con su jefe para asegurarse que todavía seguía teniendo trabajo, en primer lugar, y en dado caso, tratar de compensar un poco la situación asistiendo en lugar de ella a las clases que se iba a perder. A cómo pudo se las arregló para averiguar todo lo necesario (la amiga de un amigo de una compañera de la cafetería la conocía, tal vez... ya saben lo pequeño que puede llegar a ser el mundo algunas veces). La contactó al día siguiente para entregarle los apuntes que había tomado con la mejor letra posible, una caja de chocolates y todas las disculpas del caso. Si se ponen a pensarlo, y de la forma que también ella lo pensó, todas esas medidas de reparación del daño en las que él había estado trabajando eran bastante absurdas, por no decir otra cosa, porque ella bien podría haber tenido el mismo resultado con un par de llamadas. Pero por todas las molestias que se tomó, y a pesar del enojo que le había causado, no se lo hizo ver, y le aceptó todo, disculpas incluidas. A partir de entonces empezaron a ignorarse oficialmente, quizá un poco por vergüenza de ambos o porque él había empezado a darse cuenta que le gustaba ella y la veía como alguien inalcanzable, no lo recuerdan, pero no se volvieron a cruzar una sola palabra, quizá algún saludo frío pero nada más. Tiempo después, sin quererlo realmente y para dicha de él, poco a poco sus círculos sociales se fueron juntando hasta que coincidieron en una fiesta, y luego en otra, y así hasta que en una de tantas, ella empezó a notar que, tal vez, él no era el redomado idiota parecía ser desde aquel primer contacto, y que, incluso, hasta le resultaba interesante. Ella se acercó y comenzaron a hablar. Al principio ella con sus reservas y él con su torpeza de siempre hicieron que la conversación no fuera tan fluida, pero luego de un rato se dieron cuenta que tenían mucho más en común de lo que pensaban y continuaron hablando toda la noche, hasta el amanecer y desde entonces no habían parado de hacerlo...

Pero evocar recuerdos no dura para siempre, o por lo menos consideraron que debían parar un poco por el momento, ya que al cabo de un rato, como era de esperarse, la charla tomó el rumbo de las realidades inmutables, principalmente, de lo que habían sido parte estos últimos meses. Ella empezó preguntando sobre lo que podía pasar de ahora en adelante, él le respondió con el pesimismo de siempre, ese que ella tanto odiaba. Él trató de justificarse contando lo que le había dicho el doctor hoy en su última visita... y pasado un tiempo, él, con una voz temblorosa, finalmente, tuvo la valentía de decirle lo mucho que la iba a extrañar...

Tal vez, aquí se pensaría que debería ser conveniente hacer un pequeño paréntesis, y contar un poco más del contexto de la situación y de la razón que hace que ambos estén juntos, en plena tarde hablando, y coincido; pero también, por otro lado, pienso que ahondar más en los detalles que los ya mencionados no aportarían mucho más a la trama y que hasta podría desviar la atención de lo importante.

Ella lo abrazó sin poder contener las lágrimas. Él correspondió el abrazo mientras pensaba en todo, la verdad es que nunca dejaba de hacerlo; pensaba, por ejemplo, en la fragilidad de los momentos, en el silencio, la calma y en alguna que otra tempestad, en la perfección de sus brazos sobre su cuello, en una tarde soleada de febrero en un casa cerca de la capital, en la primera vez que la vio a ella mientras huía del aguacero, en una calle que nunca recorrió, en un par de libros que todavía no había leído, en una puerta que cerró para siempre, en la última vez que se vio en un espejo, en lo mucho que la amaba... y sonrió. Sonreía porque le pareció que todo tuvo sentido, como si ese abrazo completara, por fin, el rompecabezas de su historia. Entendió que mientras estuvieran abrazados serían invencibles, y él inmortal, aunque la misma muerte se apareciera frente a ellos.

* * *

Moría la tarde, casi como él y el cielo iba tomando ese color celeste oscuro que a ella le gustaba tanto, y mientras se iban encendiendo todas las lámparas incandescentes de la calles que contrastan con el paisaje, él dejó de pensar...