viernes, 4 de octubre de 2013

De los objetos perdidos.

Exaltado despertó una mañana y no los encontró. Estaba completamente seguro que los había dejado en su mesita de noche. Comenzó con todos los tramites protocolarios que conllevan el proceso de perder algo e intentar encontrarlo luego; en esto se había hecho un experto, sufría un caso típico de perdida de memoria provocada por estrés, o por lo menos esto era lo que su doctor constantemente le decía, por lo que aprendió a convivir con ello.

Empezó tratando de recordar el lugar en donde los había visto por última vez, pero luego de unos minutos,  recién empezado este proceso, se preocupó sobremanera, se dio cuenta que no tenía ni idea de que era lo que estaba buscando,  sabía que eran muchos, que los necesitaría hoy y que no debía salir de casa sin ellos, pero en realidad no lo recordaba. "¡Que demonios es lo que tengo que buscar!" pensó un poco molesto, y luego de darle un par de vueltas más a sus pensamientos decidió no darle más importancia al asunto y emprender el proceso que conlleva el ir al trabajo, lo más pronto posible, antes de que acumulará su tercera llegada tardía de la semana.

Trabajaba en un edificio normal del centro, en un quinto piso normal, en un cubículo normal, al frente de una computadora normal, con un salario muy bueno y una vista espectacular... tapada por otro edificio más alto. No se podía pedir más por un trabajo de oficina, nuestro buscador de objetos perdidos no lo hacía, se limitaba a cumplir con sus obligaciones, y a hacerlas bien y con prontitud.

Al llegar a su casa, la situación no cambiaba mucho, nunca cambia mucho, para los hombres como nuestro buscador de objetos perdidos, las cosas son como son y se hace lo necesario para mantenerlas tan intactas como deberían de estar. Cuántas veces quiso dejar todo eso botado y no pudo, cuántas veces quiso no volver a la normalidad que acarreaba su trabajo... pero el peso de sus sueños muertos, de las culpas arrastradas y de años y años de comodidad no se lo permitió nunca, y esa noche, la noche antes de despertar exaltado, antes de que se sintiera con la inmensa necesidad de buscar las cosas que nunca se le habían perdido, descubrió en un momento, de esos calcados a otras noches, la llave del grillete, dentro de un montón de papeles blancos...

Papeles blancos como en los que garabateó, hacia ya veinticinco años, sus primeros poemas, sus primeros cuentos, sus primeros ensayos... Ordenaba papeles, como quién ordena recuerdos, y en un muy poco tiempo, nuestro buscador de objetos perdidos, decidió tomar un lápiz y escribir algo. "¿Escribir qué?". Comenzó con algo ya escrito, sin recordar que no era propio, y luego con las trivialidades de su vida, las normalidades de sus días y  las antigüedades de sus nostalgias.

"Cuando se tiene mucho tiempo de no practicar alguna destreza ya aprendida, es necesario empezar por lo básico, y en la labor de escribir, es vital la inspiración", o al menos, eso pensaba nuestro escritor y también buscador de objetos perdidos. Las musas, o mejor dicho, su musa, M., la de siempre, la que hacía mucho tiempo no veía, llamó con prontitud a su puerta. Por lo que se vio obligado a sacarle nuevamente punta a su lápiz y continuar violando los derechos de autor, con algo como: "Me gustas cuando callas, porque estás como ausente."... "¡No, no, pobre Neruda!" decía en voz alta y agitaba con fuerza el borrador, y volvía a pensar en M., ...a hacer tratos con M., dejando de lado su diagnosticado caso típico de perdida de memoria provocada por estrés, para recordar los instantes en que la vio por primera vez, sus conversaciones, algo, lo que fuera, necesitaba escribir, escribir para no morirse...  

Y una noche, esa noche, la noche anterior a levantarse exaltado, después de tanta espera, llegaron de nuevo los cuentos, los que nunca le pudo contar, los que fueron y volvieron, tal vez porque tomaron ejemplo de los doce que escribiera Márquez, errantes, y hasta algo tontos... eran suyos, otra vez...

***

A la mañana siguiente, mientras nuestro buscador de escritos perdidos se disponía a ir a su trabajo, y para su fortuna, sobre su portafolio encontró una carta escrita la noche anterior, titulada: "A quien interese", dirigida al que hasta ese momento era su jefe, y que después de una corta meditación recordó todo, resolvió enviarla por correo y aflojando su corbata, repetía con entusiasmo: "Hoy es siempre, todavía." mientras escribía algo propio en hojas de papel en blanco...