jueves, 11 de enero de 2018

Amor a primera vista

Wislawa Szymborska

Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
- quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.

Todo principio
no es más que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Tercera Epifanía

Era jueves por la tarde y estaba nublado, casi a punto de llover...

Quizás se pudiera pensar que el ambiente de la escena en la que se desarrolla este evento en particular sea triste, o que influía directamente en el estado anímico de los héroes de esta historia, pero nada de eso. Cuidado, tampoco me malentiendan, no era que faltaban razones para estar cabizbajo; de hecho, todo lo contrario, se sentía llenos como de una especie de nostalgia, y no habían recibido ni una sola noticia buena desde ya algunos meses; pero esto parecía no importarles mucho, por lo menos no al principio, no esa tarde.

Estaban acostados, uno al lado del otro, hablando. Hablaban de todo, pero principalmente, de algunos recuerdos, tal vez de cómo eran antes de conocerse, de cómo eran ahora, de la vez que fueron de paseo a aquel lugar o a aquel concierto, o de la vez que conocieron a la familia del otro, etc. como si tuvieran mucho tiempo de no verse; pero siendo honestos, tenían casi ocho años seguidos de hacerlo así. No le decían a nadie, pero este hábito que tenían ellos hacía que se olvidaran del resto del mundo por un momento, dándoles el balance y la tranquilidad necesarias para afrontar el caos de su alrededor.

Ahora, la historia de cómo llegaron a enamorarse no difiere de todas las historias antes contadas, quizá interese un poco más el cómo se conocieron. En ese entonces, hace ocho años, eran dos perfectos desconocidos, bueno, quizás se habían visto antes en alguna parada de bus sin darse cuenta y no lo recordaban. Él trabajaba, para costear sus estudios, en la cafetería a la que ella iba puntual todos los martes antes de una clase de economía. Una tarde de fría, similar a la de nuestra historia, él, un poco distraído por una joven que desde la barra no dejaba de coquetearle, dejó caer sobre ella una taza de café caliente. El alboroto que se armó no fue pequeño. Ella, con alguna quemadura leve tuvo que ir a la enfermería, perdiendo el resto del día lectivo. Él, por otro lado, un poco por arrepentimiento y otro por el reciente recuerdo del puñetazo que le dio ella, decidió hablar con su jefe para asegurarse que todavía seguía teniendo trabajo, en primer lugar, y en dado caso, tratar de compensar un poco la situación asistiendo en lugar de ella a las clases que se iba a perder. A cómo pudo se las arregló para averiguar todo lo necesario (la amiga de un amigo de una compañera de la cafetería la conocía, tal vez... ya saben lo pequeño que puede llegar a ser el mundo algunas veces). La contactó al día siguiente para entregarle los apuntes que había tomado con la mejor letra posible, una caja de chocolates y todas las disculpas del caso. Si se ponen a pensarlo, y de la forma que también ella lo pensó, todas esas medidas de reparación del daño en las que él había estado trabajando eran bastante absurdas, por no decir otra cosa, porque ella bien podría haber tenido el mismo resultado con un par de llamadas. Pero por todas las molestias que se tomó, y a pesar del enojo que le había causado, no se lo hizo ver, y le aceptó todo, disculpas incluidas. A partir de entonces empezaron a ignorarse oficialmente, quizá un poco por vergüenza de ambos o porque él había empezado a darse cuenta que le gustaba ella y la veía como alguien inalcanzable, no lo recuerdan, pero no se volvieron a cruzar una sola palabra, quizá algún saludo frío pero nada más. Tiempo después, sin quererlo realmente y para dicha de él, poco a poco sus círculos sociales se fueron juntando hasta que coincidieron en una fiesta, y luego en otra, y así hasta que en una de tantas, ella empezó a notar que, tal vez, él no era el redomado idiota parecía ser desde aquel primer contacto, y que, incluso, hasta le resultaba interesante. Ella se acercó y comenzaron a hablar. Al principio ella con sus reservas y él con su torpeza de siempre hicieron que la conversación no fuera tan fluida, pero luego de un rato se dieron cuenta que tenían mucho más en común de lo que pensaban y continuaron hablando toda la noche, hasta el amanecer y desde entonces no habían parado de hacerlo...

Pero evocar recuerdos no dura para siempre, o por lo menos consideraron que debían parar un poco por el momento, ya que al cabo de un rato, como era de esperarse, la charla tomó el rumbo de las realidades inmutables, principalmente, de lo que habían sido parte estos últimos meses. Ella empezó preguntando sobre lo que podía pasar de ahora en adelante, él le respondió con el pesimismo de siempre, ese que ella tanto odiaba. Él trató de justificarse contando lo que le había dicho el doctor hoy en su última visita... y pasado un tiempo, él, con una voz temblorosa, finalmente, tuvo la valentía de decirle lo mucho que la iba a extrañar...

Tal vez, aquí se pensaría que debería ser conveniente hacer un pequeño paréntesis, y contar un poco más del contexto de la situación y de la razón que hace que ambos estén juntos, en plena tarde hablando, y coincido; pero también, por otro lado, pienso que ahondar más en los detalles que los ya mencionados no aportarían mucho más a la trama y que hasta podría desviar la atención de lo importante.

Ella lo abrazó sin poder contener las lágrimas. Él correspondió el abrazo mientras pensaba en todo, la verdad es que nunca dejaba de hacerlo; pensaba, por ejemplo, en la fragilidad de los momentos, en el silencio, la calma y en alguna que otra tempestad, en la perfección de sus brazos sobre su cuello, en una tarde soleada de febrero en un casa cerca de la capital, en la primera vez que la vio a ella mientras huía del aguacero, en una calle que nunca recorrió, en un par de libros que todavía no había leído, en una puerta que cerró para siempre, en la última vez que se vio en un espejo, en lo mucho que la amaba... y sonrió. Sonreía porque le pareció que todo tuvo sentido, como si ese abrazo completara, por fin, el rompecabezas de su historia. Entendió que mientras estuvieran abrazados serían invencibles, y él inmortal, aunque la misma muerte se apareciera frente a ellos.

* * *

Moría la tarde, casi como él y el cielo iba tomando ese color celeste oscuro que a ella le gustaba tanto, y mientras se iban encendiendo todas las lámparas incandescentes de la calles que contrastan con el paisaje, él dejó de pensar...



lunes, 2 de octubre de 2017

Segunda Epifanía


Nunca me había sentido tan abrumado en toda mi vida.

En un segundo, una tarde calurosa, al estar caminando en una calle de mi país llena de gente a mi alrededor, me sentí infinitamente pequeño, sofocado, triste. Las multitudes me agobian y el calor… todos hablando al mismo tiempo, ofreciendo el artículo chino de moda, lo último en películas piratas, los cargadores para cualquier tipo de celular y nada de eso me importaba, nunca me había importado. Me pesó el maletín donde llevaba mis cosas, la ropa que andaba puesta y todos los años que llevo a cuestas… Absolutamente todo me pareció vano y efímero.

No lo soporté más y busqué inmediatamente un lugar con sombra donde sentarme para tranquilizarme un poco, ordenar las ideas...

Cerré los ojos y por un segundo me puse a pensar que estaba en otro lugar, un lugar más fresco. Tal vez en una casa cerca de una montaña y para ser más específico, en una habitación en un tercer piso, algo muy similar a un ático. En ese momento, probablemente, iba a estar anocheciendo y en un gran ventanal, en el fondo, se comenzarían a distinguir las luces de la ciudad. Quizás se escucharían caer unas pocas gotas del aguacero que acababa de terminar, por lo que también, algunas veces, se sentiría una brisa fresca recorrer toda la habitación. No es de extrañarse, que ahí también estuviera ella. Tranquila, apacible y hermosa como siempre; cada respiración suya estando en armonía con la apacible calma del lugar y que sólo se interrumpiría cuando aquella brisa fría hiciera que ella, que dormiría junto a mí, buscara abrigarse un poco más… y en ese segundo fue cuando todo tendría sentido. Vendrían a mí mente cada uno de los eventos que nos habrían llevado hasta ese preciso momento: cada lágrima, cada alegría, cada decisión, las buenas y malas, mis tristezas, sus triunfos y nuestros fracasos, todo, absolutamente todo, habría encajado de manera perfecta para que estuviéramos solos, ella y yo en esa habitación, juntos, sin que nada más importara; lejos de todo aquel agobio, del bullicio, del bochorno y hasta de mi melancolía. Pensé por primera vez en mucho tiempo que había un futuro diferente, lejos de ese insoportable calor y de esta ciudad aburrida. 

He de confesar que aunque no tenía mucho tiempo, me sumergí un poco más en aquella escena, y pensé que quizás, en algún momento de aquella fría tarde, ella, entre dormida y despierta, tal vez me preguntaría que en qué estaba pensando. Yo, como es lo usual, le diría que en nada en particular, como siempre; o quizás, y sólo por esa vez, le contaría una historia, de esas que preparé para los domingos en la noche. Le podría empezar contando que hubo un día, a mediados del verano del 2017, que al estar viendo fotos y documentos viejos tuve un extraño pensamiento que lo acompañó un sentimiento de profunda tristeza: pensé que nunca iba a saber qué estaba haciendo ella el domingo 20 de Mayo del 2007. Y que a esa fecha vinieron otras, y que se me ocurrió esa fecha como se me pudo haber ocurrido otra, que de todos modos esos pensamientos nunca vienen solos. Que me empecé a preguntar, por ejemplo, si ella estaba bien ese día o si se había levantado un poco enferma, o si tal vez, en ese momento, era feliz o si tenía el corazón roto (porque yo sí), o si se estaba aburriendo en esa tarde, porque los domingos, a veces, son un bodrio interminable, no sé… Y le contaría también, que las preguntas siguieron, pero que me detuve en una en específico: “hace 10 años, ¿hubiésemos sido amigos de alguna forma?” Pero que la respuesta era sencilla: “Obviamente no”. Porque seríamos dos personas completamente diferentes a las que solíamos ser en ese entonces; incluso que si por alguna “casualidad cósmica”, de esas que me gustan un poco, nuestro círculos sociales hubieran coincidido en espacio-tiempo, hay muchas posibilidades que nunca nos hubiéramos dirigido la palabra siquiera. Tal vez, porque ella en ese entonces, estaba buscando otras cosas diferentes a las que un tipo como yo podía ofrecer, tal vez otro tipo de amigos, que incluso, tenía otros objetivos de vida; y yo, pues, yo quizá la estaba buscando a ella, aunque en la persona equivocada como siempre. Y que en conclusión, eso pasaba porque cambiamos siempre, ya sea por decisión propia o porque no nos había quedado otra opción. Diré, que por ejemplo, cuántas veces, en este corto espacio de tiempo de diez años, nos habíamos vuelto a reconstruir desde cero, (Yo cuatro). Que hemos ido y vuelto, reído y sufrido, y que también porque variamos incluso las cosas triviales, como nuestro gusto musical, las películas que vemos, o las conversaciones que nos gusta tener…

* * *

Me detuve, paré de pensar. Abrí mis ojos porque un fuerte trueno me sacó de mis cavilaciones. Empezaron a caer algunas gotas, cada vez con mayor frecuencia hasta convertirse en un aguacero. Fue entonces, cuando la vi por primera vez a ella, que llegó corriendo a guarecerse de la lluvia.




“ Bus stop, King William St” de Mike Barr.


domingo, 18 de junio de 2017

Mi viejo

José María Pascual

Recién cuando el tiempo transforma los momentos en recuerdos, uno se da cuenta que es de eso de lo que está hecha la vida: de recuerdos. Esperaba cada anochecer para que él me cargue a los hombros y me haga ver el mundo desde ahí arriba. No sabía qué era eso de volver cansado del trabajo, sólo sabía que era el más fuerte del planeta, y que no podía fallarme nunca. Sólo sabía que por el simple hecho de ser mi viejo ningún problema lo podía afectar, ningún cansancio lo podría abatir, y ningún monstruo se iba a atrever a tocarme si me veía colgado de su cuello. 
A la distancia me doy cuenta de que esos amagues de paliza que venían cuando me mandaba una macana le dolían más a él que a mí. Recién la experiencia me hizo notar que esos hombros llevaban una vida a cuestas cuando yo me les trepaba. ¡Cómo olvidar ese tiempo donde todo era aprender! Cada detalle era para la admiración de mis ojos chiquitos: la afeitada de la mañana, el nudo de la corbata, el volante de ese auto que en sus rodillas me hacía creer que yo manejaba. Los fines de semana se repartían en la ciencia de remontar el barrilete y el picado en el potrero con una pelota nueva de color naranja, cuando me enseñaba cómo había que pegarle, cómo tiene que ir hay al rincón donde no llegan los que atajan y le pegaba suavecito, aunque yo le pedía que pateara con todo. Mis manos se apresuraban para demostrarle que era bueno y, por no sentirme un chico, iba con alma y vida a buscar el pelotazo. Cuando le tocaba a él, yo sospechaba que se dejaba hacer algunos goles, pero nunca decía nada, como nunca le dije que soñaba con jugar en primera y dedicarle mi primer gol. Qué va hacer, son cosas que se callan pero que igual se saben. Qué lindo era ver sus ojos cuando me enseñaba algunos trucos que servían para la vida, aunque la excusa era el fútbol; por ejemplo cómo pasarle grasa a la de cuero, cómo la vida da revancha, cómo atarse los cordones, cómo se pide permiso y cómo hay que decir gracias. Ese tipo del que nunca se termina de aprender, ese que está siempre, aunque ya no nos lleve de la mano. 
Él era el mejor jugador del mundo, el boxeador más fuerte, el piloto más veloz, el más valiente de los indios y el más rápido de los vaqueros. Alguno podrá venir y decirme que es simplemente un hombre, y es verdad, pero hay algo que siempre lo va a hacer único. Único porque no tiene tiempo ni fechas especiales, no tiene nombre ni olvido. Está ahí: en cada afeitada, en cada nudo de corbata, en cada vez que le entro a la pelota, en cada sueño cumplido, en cada caída, en cada vez que pido permiso y en cada vez que digo gracias, porque, además de ser un hombre, y eso ya es mucho, Dios -sí , Dios- quiso que fuera “mi viejo".

miércoles, 26 de abril de 2017

Insomnio

Gerardo Diego

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta, segura
-cauce fiel de abandono, línea pura-,
tan cerca de mis brazos maniatado.

Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.



***

A veces, sólo a veces (Mentira, casi siempre), Pedro Guerra hace que situaciones tristes sean musicalmente bellas; con en este caso, dónde el poema describe lo que ocurre cuando una línea se enamora de su paralela...

domingo, 2 de abril de 2017

Primera Epifanía

Últimamente me da por recordar todas las cosas que hice durante mi juventud. Pero el problema que todo esto me provoca es que este ejercicio también me hace recordar las que no hice, y aquí es dónde la situación se vuelve un poco confusa. Puede que sea la melancolía que conlleva ser viejo, estar lleno de canas y de arrugas en el alma; pero pasa y no lo puedo evitar.

Pienso, por ejemplo, en esa tarde soleada de febrero, cuando al estar en una casa de la capital, muy tranquila pese a estar ubicada cerca de una avenida transitada y que no conocía hasta ese entonces, me enamoré perdidamente de la forma en que el sol de la tarde iluminaba sus ojos y su cabello; y como toda ella (con sus defectos, virtudes e historia) se combinaba para darle a mis mortales ojos algo que nunca antes habían visto. Recuerdo también, muy claramente, que no se lo dije, y que nunca lo hice, porque en el mismo instante del milagro tuve una epifanía: nunca íbamos a estar juntos.

Desde ese entonces, vomité “te quieros” hasta olvidar su significado y la visión… Y un día, finalmente, el tiempo me dio la razón.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

¿Qué hacer en caso de óbito?

Consejos prácticos para enfrentar la muerte de un familiar cercano.

El fallecimiento de un “ser querido” (que de ahora en adelante será el término que se usará para referirse al recién fallecido) es el tipo de evento que sabemos que puede ocurrir en cualquier momento, sin importar si lo estamos esperando o no, es difícil adivinar el cuándo. Es por esto que aquí se desglosará una serie de consejos que pueden llegar a serle útiles en caso de que por desgracia esto ocurra. Cabe destacar que éstos abarcan sólo aspectos generales, debido a la cantidad de variables que influyen en cada caso, entonces el lector queda en libertad de seguir los que considere necesarios y olvidar, sin ningún tipo de consideración, el resto. Por último, es importante dejar en claro que esta guía no considera ningún aspecto sentimental, como si usted fuera un autómata, esto debido a las distintas formas en cada quién maneja el dolor; eso sí, considere que en muchas ocasiones, durante este proceso, será necesario que el lector deje a un lado sus emociones (o se haga cargo de ellas) para enfocarse en el objetivo principal de este tratado: “¡Seguir adelante, vivo y sin deudas!”.


ANTES

No se puede saber con exactitud la cantidad de tiempo que vamos a disponer antes de enfrentarnos a la eventualidad, por lo que:
  • Ahorre dinero suficiente para solventar los gastos: El monto es relativo y queda a criterio del lector, pero considere que esto no solamente debe incluir los gastos lógicos que conlleva todo el sepelio, sino también gastos de alimentación y transporte. Piense que durante el proceso, nadie en su casa, ni usted mismo, estará dispuesto a cocinar, ni tendrá ganas de hacerlo, por lo que la mayoría de los tiempos de comida (por no decir todos) se harán en un restaurante. Por otro lado, es posible que hayan al menos cuatro personas más, fuera de su núcleo familiar, que lo acompañarán en muy buena parte del desgraciado evento, entonces será importante, como mínimo, devolver la cortesía por medio de alguna invitación a comer, aunque no lo esperen. Finalmente, es importante que dentro de este presupuesto se tomen en cuenta todos los imprevistos que surjan en esos días, por ejemplo, tener que comprar desde pasta de dientes y cepillo porque el almuerzo tenía exceso de ajo, hasta una corbata que dejaste en casas el día del funeral.
  • Consiga un plan de servicios funerarios: Va muy ligado al punto anterior y ayudará a estar mejor preparado en el aspecto financiero. Y no, no es para nada siniestro. Uno de los aspectos a tomar en cuenta es que dicho plan no tenga que ser utilizado por una persona en específico, esto facilitará el proceso en caso de que la muerte de su “ser querido” sea repentina o que no pertenezca directamente a su núcleo familiar. Tome muy en cuenta la localización. Por ejemplo, que la funeraria no quede lejos del cementerio y que sea un punto intermedio y cómodo para que usted y su familia se desplace. No piense en que sea cómodo para las personas que a usted le gustaría que lo acompañen, ellas deberían poder acomodarse. También, evalúe la congestión vehicular en las zonas aledañas; créame, usted no va a querer pasar una hora o más en el tráfico, ya sea en su vehículo o en transporte público, para llegar a la funeraria o al cementerio. Finalmente, averigüe qué ofrece el plan y añada al presupuesto del punto anterior lo que considere que haga falta; por ejemplo, hay ocasiones en que la funeraria no ofrece los bocadillos y las bebidas para las personas que asistan al velorio, por lo que esto debería estar incluido, previamente, en su ahorro para honras fúnebres para no tener que seguir disminuyendo el presupuesto de imprevistos que ya tiene cargado con sus objetos de higiene personal y su corbata.
  • Procure que su “ser querido” tenga su situación legal y financiera al día: Esto casi raya en lo imposible, pero velar porque esto se cumpla ahorrará muchísimos problemas y dinero a mediano y a largo plazo. Es más sencillo (y hasta económico) hacer los trámites legales mientras la persona viva. También, intente tener el conocimiento de las deudas, seguros y ahorros con los que cuenta su “ser querido”; esto ayudará a solventar gastos (incluidas las deudas). Todo esto facilitará la futura conversación incómoda de la herencia, en caso de existir o no; ya que siempre habrá alguien que va a querer parte de lo que el difunto dejó.
  • Perdone todo lo que tenga que perdonar con su “ser querido”, y hágalo con tiempo: Recuerde, lo importante es salir de todo esto vivo, principalmente, y sin deudas; y de todas esas deudas que usted está a punto de adjudicarse, una de las pocas que no va a poder solventar una vez acabado todo, es la de un perdón no dado a tiempo. Aquí estamos en la frontera de lo emocional, pero véalo desde este punto de vista: siempre va a quedar a su lado una persona que usted “ame más” que la que acaba de perecer y a la que usted debe brindar todo el apoyo; se complicarían mucho las cosas si usted guarda un rencor innecesario, y créame, no vale la pena.
Hay muchos otros aspectos a considerar, pero dependen de la relación del lector con el “ser querido”, como por ejemplo: pasar tiempo con la persona, darle las cosas que necesite, etc. Haga llevadero este lapso de tiempo, facilita las cosas durante y después del duelo.

DURANTE

Este lapso es el más definido de los tres, ya que suele durar entre dos y cuatro días, dependiendo del caso, y va desde la tétrica llamada que anuncia la partida de su “ser querido” hasta el día de su entierro. Aunque es una etapa muy corta, es la más importante. Considere que los días se hacen eternos, pero todo pasa demasiado rápido, principalmente porque se duerme muy poco. La clave de este capítulo será, que no importa lo que esté pasando a su alrededor, recuerde SIEMPRE mantenerse en sus cinco sentidos y sea prudente, su “usted del futuro” se lo va a agradecer.
  • Mantenga la calma: No, en serio, mantenga la calma. La noticia es difícil de asimilar, pero no hay mucho tiempo para mantenerse en shock, salga rápido de ese estado. Piense en razones que lo ayuden a hacerlo y consérvelas a mano en caso de ser necesario. Luego, una vez superada esta etapa no cometa la torpeza de interrogar al heraldo de la noticia con un: “¿Es una broma?”, créame, en serio, nadie en su sano juicio bromea con eso. También es un buen momento para liberar algunas emociones, pero con mesura, habrá otros espacios que usted deberá abrirse para esto (más íntimos y suyos), por lo pronto, enfóquese en ayudar a manejar la noticia a las personas amadas que están alrededor suyo, a algunas les va a costar más que a usted, por lo que es importante la prudencia de ahora en adelante. Saber qué decir y cómo decirlo es clave, incluso cuándo no hacerlo, muchas veces las personas que usted ama lo único que van a querer es su apoyo y cariño y no un discurso de quince minutos de las “ventajas” que puede traer la muerte de su “ser querido”, por ejemplo.
  • Organícese y organice al resto: Es probable que de todos los que tengan que pasar por esta desgracia con usted, su mente esté más clara que la del resto, en cuánto a todo lo que hay que hacer y los pasos a seguir, y si no lo es, busque a esa persona. Creen un bosquejo con las tareas que se deben realizar a corto, mediano y largo plazo, y en la medida de lo posible, y deleguen responsables de cada una de ellas a personas de confianza, de manera equitativa y no impositiva, de tal forma que cada quién se sienta cómodo con sus funciones. Piense que usted o la persona con la mente más despejada del grupo es el presidente y necesita de ministros, ¿a quiénes pondría y haciendo qué?, recuerde evitar los sentimentalismos y que “mucho hace el que no estorba”. Por ejemplo: un ministro de honras fúnebres que se encargue de coordinar todos los detalles con la funeraria que se seleccionó previamente, desde el transporte hasta las galletas y el café; un ministro de burocracia que se encargue de estar pendiente de los horarios de las instituciones que requieren papeleos, sacar copias de actas de defunción, etc.; un ministro de comunicación (muy importante) que se encargue de propagar la noticia con los detalles necesarios, a las personas adecuadas, y sea capaz de mantener la dulzura pese a lidiar con la prensa molesta que pregunta cosas repetitivas y necias como: “¿De qué murió?”, “¿Les dejó algo?”, “¿Por qué lo van a velar tan largo?, ¿no encontraron un lugar mejor?”, “La relación de su “ser querido” con Fulanito no era muy buena, ¿qué hace aquí? Yo pienso qubla bla bla…”; tiene que ser paciente para escuchar todo esto y más, y aún así proveer para todos, en medio del dolor, respuestas amables pero cortantes de tal forma que la prensa no se ofenda, pero que no revele todo lo que está pasando, aparentemente un “¡A vos qué te importa!” o un “¡Jalá de aquí metiche!” no son muy bien vistos socialmente hablando. También, debe haber un ministro de alimentación y bienestar físico, ese encargado de parar en los tiempos de comida y mandar a dormir cuando sea necesario, alguien que no le tiemble el pulso para tomar la decisión de que ninguno pase la noche en la funeraria, sino en la casa respectiva. En cuánto a la economía todos deben asumir parte de los gastos que se generen, pero recuerde que los imprevistos, alimentación y transporte son personales, nadie más tiene que pagar por el desodorante que usted olvidó o por su combo de Big Mac agrandado a las dos de la mañana.
  • No tome decisiones importantes guiado por las emociones: Si ha escuchado el consejo de que no hay que hacer compras cuando se tiene hambre, el homólogo, para nuestro caso, es éste. También considere este otro: No haga promesas que después no pueda mantener. El “usted del futuro” le va a agradecer que, pese a todo lo que el “usted del pasado” estuvo pasando y a los sentimientos que tuvo, no tomó ninguna decisión importante durante ese momento. En serio, con prudencia, postergue todo lo posible la toma de decisiones que afecten el bienestar suyo y de su familia hasta que todo esto haya pasado, su cabeza esté despejada y se aclaren todos sus sentimientos (y ojo, esto puede estar relacionado a cualquier evento de su vida, incluso, a alguno ajeno a la situación que está viviendo). Por ejemplo, supongamos que en la casa de su “ser querido” vivía un familiar suyo; sería un mal momento para prometer que usted va a renunciar a la parte de los enseres de su “ser querido” que le corresponden, para que le pertenezcan a ese familiar. No es el momento. Aunque su intención sea buena y no vaya a cambiar de parecer, no es algo que se puede mantener en algún futuro en caso que alguien más se oponga, o que usted mismo cambie de parecer al considerar las deudas que ahora posee, por ejemplo. Sin embargo, siempre puede ser que haya alguna situación específica que no se puede postergar y necesita ser resulta lo antes posible, en dado caso, consulte la situación con todas las personas que puedan estar involucradas y hágalas parte del asunto; ahorrará muchísimos problemas en caso que la solución fallara, ya que no será completamente su responsabilidad. Recuerde, lo importante es la supervivencia.
  • Vista cómodo: Es un tiempo de caminar mucho y andar de un lado para el otro; un traje entero, corbata y zapatos de vestir no ayudan. Por lo tanto, deje los formalismos para el día del funeral, y el resto lo más casual posible. Otro consejo, podría ser el de llevar una mudada extra y tenerla a mano, en caso de ocuparse; muchas veces el desplazamiento hasta su casa, puede ser imposible.
  • Tenga amigos: En esta sociedad moderna en la que vivimos, los amigos suelen ser escasos; sería bueno que usted pudiera contar con los que pueda en esta etapa. Hay momentos de todo esto que, seamos francos, usted no lo va a poder hacer todo solo, entonces, gente de su confianza que lo apoyen, inteligentemente, son un descanso. Esto puede ir desde una llamada, un abrazo dado a tiempo o un chiste, hasta favores más grandes, como salir a comprar cosas o el transporte de un ataúd por todos los Hatillos por alguna razón que se le escapa de las manos. Su cabeza fría, su raciocinio y sarcasmo pueden mantenerlo cuerdo un buen tiempo, pero no sentirse sólo ayuda más.
Existen muchos otros, pero que dependen de la situación, como por ejemplo: Evite a los familiares tóxicos y necios; No se niegue a ninguna ayuda que le quieran dar; no postergue trámites, etc.

DESPUÉS

Seguir de aquí en adelante depende estrictamente de usted, no hay mucho más que aportar, salvo que:
  • Ponga todo en orden, y mientras antes mejor: Sacar cuentas de todos los gastos, limpiar lo que haya que limpiar, repartir las cosas que se dejaron, es un trabajo tanto suyo como de todos los implicados, por lo que mientras más pronto se haga mejor, ya que permitirá aclarar el futuro y la toma de decisiones a corto y mediano plazo. Y siguiendo un poco esa línea, aunque bien podría ocupar otro ítem, sería que, en la medida que le sea posible (y mientras dependa de usted) mantenga una buena relación con el resto de los familiares que le quedan. Al calor del momento, se pueden decir cosas que hieran a los demás, pero no se lo tome personal; comprenda que todos viven la pérdida de una manera diferente, y que algunos tienden a enojarse y decir cosas que no se quieren decir; por lo que perdonar esto y seguir adelante, definirá si después de esto, siguen unidos o no. Muchas veces, con cabeza fría, muchas cosas no parecen tan graves.
  • Comience a sentir de nuevo: La etapa de ser un autómata ya pasó, sus seres queridos lo van a querer de vuelta. Ya es un buen momento para liberar todas las emociones que había estado postergando. Aunque es difícil, escoja el lugar y momento apropiados, antes de que ellos fluyan por sí solos, al final del entierro, barriendo una casa vieja o mientras se escribe una tonta lista de tips para lidiar con la muerte…


domingo, 2 de octubre de 2016

Carta para Nadie.

Escribo esto en caliente. Estuve pensando seriamente en esperar a tranquilizarme un poco, pensar las cosas mejor, acomodar ideas, pero preferí no esperar… necesitaba hacerlo, y cuánto antes, mejor.

Te escribo porque se juntó todo, siempre pasa, lo sabrás vos, que cuando pensamos que tenemos todo bajo control, la vida se encarga de demostrarnos lo contrario. Se acaba de terminar un mes rarísimo, (recordame contarte todos los detalles luego, no quiero hacer esta carta más larga de lo que realmente debería ser), de esos que definen una vida, y tu ausencia sólo se ha encargado de empeorar las cosas. Tenés razón, te estoy echando la culpa de todo otra vez… aunque no lo sea. Siempre lo hago, pese a que sé lo mucho que odiás que lo haga, te pido las disculpas del caso. Tal vez sea porque no supe canalizar mejor este intento de reproche por tu larga ausencia y silencio. Lo sé, eso tampoco es tu culpa.

Es cierto, te extraño. Quizás todo esta carta ilógica venga motivada por ese hecho, o quizás, también, sea una forma de justificar las burlas de los que me conocen y no nos entienden, tal vez sólo sea porque es domingo en la noche y, como sabés, me invade la melancolía. Quién sabe, quizá sea un poco de todo.

En las últimas semanas se han burlado mucho de mí por el simple hecho de esperarte, (incluso, he llegado a pensar que todo esto podía ser una causa perdida… . ¡Já, que iluso!, Imagináte, vos, una causa perdida. Lo siento, ya sabés lo tonto que soy algunas veces). Me invitan a lugares para que te olvide, siempre les digo que no. También me preguntan mucho por vos; algunas veces no sé qué decirles, otras veces les digo la verdad, que sos preciosa, pero no me creen; me creen loco, los escucho reírse a mis espaldas y luego se siguen burlando. No les hago caso, la mayoría del tiempo. Qué van a entendernos ellos, si ni siquiera saben lo que quieren, o a quién quieren, ni quién los quiere. No los juzgo, antes eramos así, ¿te acordás?

Tengo mucho que contarte. Durante todo este tiempo me he encargado de preparar historias para contarte los domingos por la noche y no te podás dormir. Como la vez que atravesé todo el país en una semana, o la historia de porqué empecé a escribir esta carta, o porqué odio tanto Cartago, o de la vez que casi muero (no te asustés, no fue para tanto, estoy escribiendo esto, ¿no?).

Te dejo, porque tengo que levantarme temprano a trabajar … hay cosas que nunca cambian. Igual, y todo esto era para decirte que te podés tomar todo el tiempo que necesités, ya lo entendí. No tengo planeado ir a ninguna parte, no sin vos.

Sinceramente, JB.
(ooxxooXoXXx)

P. D.: Mientras terminaba de escribir esto, sonaba “Ofrenda” de Pedro Guerra, escuchála. Sí, ya sé que no te hace tanta gracia la música trova, que la considerás aburrida, pero esa canción y ese disco son buenísimos, al rato y también te gusten.

domingo, 22 de mayo de 2016

Decisiones

R. tomó el bus que lo llevaría a su casa, un martes a las 10 a. m. llevando un sobre amarillo debajo del brazo. Esto no ocurría siempre, su horario de oficina no se lo permitía. En cualquier otro martes, se encontraría a esa hora disfrutando de un cigarro con una taza de café, quince minutos al día, todos los días, a esa hora; pero no ese martes.

Todo había empezado hacía un mes atrás, cuando un día no pudo soportar todo el cansancio y dolores que sentía en su cuerpo, y que según él, se debían a la excesiva carga de trabajo que venía manejando; pero no, ese día entendió, por fin, que algo no se encontraba bien con su cuerpo: se había desmayado delante de sus compañeros. Al principio atacó los síntomas con analgésicos, algún té relajante, o simplemente llamando a la oficina avisando que no iría para quedarse durmiendo todo el día. Pero la situación había empeorado, y tuvo que empezar a tomar medidas más drásticas. La lógica hubiera sido visitar a algún especialista, pero no lo vio necesario, su orgullo no se lo permitía, odiaba los hospitales más que a nada en el mundo, y de todos modos, "no es para tanto", pensaba. Por lo que decidió cambiar su estilo de vida. Empezó mejorando su dieta, en parte también porque a sus 38 años sentía que ya no se debería de estar consumiendo la cantidad de azúcar que consumía, y también porque ya no tenía el cuerpo esbelto que solía tener. Siempre había sido alto, de contextura gruesa, nunca gordo; pero desde hacía un tiempo para acá había empezado a notar, en el espejo y en su ropa, como esa "etiqueta" se iba quedando poco a poco en su figura; eso debía cambiar, probablemente esa era la razón de sus malestares. También se inscribió a un gimnasio.

Los primeros veintidós días, trató que funcionará, llenó su despensa de comida orgánica, botó los dulces y dejó de pedir postre. Asistió puntualmente al gimnasio, dos horas, los lunes, miércoles y viernes,  incluso, hasta intentó dejar de fumar unas cuatro veces. No lo logró, ni tampoco sus dolencias desaparecieron.

Su esposa, que había visto su deterioro físico durante todo ese tiempo, ya había empezado a cuestionarse lo que ocurriría con sus vidas y la de su pequeño hijo si lo de R. en verdad fuera algo grave y le aterraba esa idea; es por esto que vio aquel incidente como la oportunidad que estaba esperando para que R. fuera al médico y le realizaran todas las pruebas necesarias para dar con lo que lo estaba afectando. Esto fue motivo de una discusión un poco fuerte que acabó cuando su esposa empezó a llorar y R. aceptando, al fin, la temida visita al hospital. Bajo otras condiciones, y pese a que la amaba, no le habría importado ver las lágrimas de su esposa y tomar la decisión que él quisiera, pero se sentía muy cansado para seguir escuchándola a ella o a su tonto orgullo.

Las  primeras pruebas, no encontraron nada fuera de lo normal, pero esta era la parte que más preocupaba al doctor. Continuó haciendo más pruebas, cosa que molestó muchísimo a R., analizando todos los resultados y descartando posibilidades,hasta que citó a R. para darle su dictamen aquel martes en la mañana. Prefirió ir sólo. El doctor empezó hablando y después de un largo preámbulo, para exasperar a cualquiera, dijo la palabra "Cáncer", y para desgracia de R. y de su familia, un poco más avanzado de lo esperado. El sobre amarillo contenía toda la información que el doctor consideró importante para él: tratamientos, lugares especializados, incluso hasta una lista de psicólogos.

El jueves anterior, después de que le realizarán todos aquellos odiosos exámenes había decidido ic con su familia de vacaciones y las disfrutó como las últimas. Esos días cerca del Pacífico le habían hecho sentir mejor, incluso hasta olvidado todos sus problemas, pensó que quizá aquello de que no tenía memoria era cierto. Pero esta noticia lo volvió a la realidad de un golpe. Cuando tomo su asiento en el bus, lucía bastante perdido, pero era porque en su mente sólo había una pregunta: "¿Ahora qué hago?". El tratamiento era costoso y no todo lo cubriría su seguro, quizá sacrificar un poco el ahorro para el auto nuevo y arreglar el viejo, de todos modos, muerto no lo necesitaría. Esta pregunta lo llevó a durar un poco más de lo usual en llegar a casa y no fue hasta que tuvo claro su accionar con respecto a todo esto que regresó. La primera decisión fue no decirle nada a su esposa. Ella no lo soportaría, las cosas ya habían empezado a mejorar entre ellos como para que una noticia de tal magnitud las echara a perder. Tontamente le dijo que el dictamen había sido que tenía Anemia (buscó en Internet el nombre de una enfermedad que más o menos encajará con sus síntomas), que no se había dictaminado antes por unos errores y que empezaría el tratamiento la próxima semana. Su esposa no supo disimular la alegría que le dio el darse cuenta que no fuera algo peor, acusó a su cambio drástico de dieta y prometió estar muy al pendiente de su tratamiento para ayudarle en todo lo que pudiera. R. disimuló hasta donde pudo su tristeza, de todos modos, ya en eso se había hecho un experto.

Otra cualidad por la que siempre se había distinguido R. era por su gran orgullo. Desde que tenía memoria, había intentado ser el primero en todo. El primero de su clase en notas, el mejor jugador de fútbol de su generación, el primer chico en ligar, y no empezar con cualquiera, sino con la más guapa del colegio, y una vez superado este pequeño amorío, superar al resto en cantidad. Alardeaba de cualquier cosa, y delante de todos. Pero la situación se llegó a salir de control cuando se propuso sobrepasar a todos en la cantidad y la frecuencia de las borracheras. Su padre le habría advertido, con tono severo y casi profético que "ese orgullo suyo lo llevaría a la tumba". Esto fue motivo de mucha discusión en su casa y sólo se terminó un mes más tarde al casi cumplirse dicha "profecía", cuando R., estando en una competencia de autos callejera y un poco alcoholizado, se estrelló contra el muro de una casa, saliendo de milagro apenas con rasguños. Decidió abandonar ese estilo de vida, del cuál veinte años después solo conservaba su gusto por el cigarrillo, y abocarse a ser mejor en otras áreas, como ser el mejor hijo, el mejor en su trabajo, tener la mejor esposa y los mejores hijos, lo que sea con tal de poder presumir. Esta enfermedad había llegado de forma inesperada a truncar sus planes de reconocimiento ajeno.

Por esto, la segunda decisión que tomó fue que no sería el primero de sus conocidos en tener que pasar a través de un cáncer terminal. No se "rebajaría" a los tratamientos, al desgaste físico suyo y de su familia, y menos a ver afectado su estilo de vida por los hospitales. Eso jamás, no lo permitiría.

Esto lo hizo tomar la tercera y última decisión: se suicidaría. La forma la tenía clara, en un accidente automovilístico y tenía que ser el jueves a más tardar, antes que su esposa descubriera la mentira. Pasó ese último martes y miércoles con ella y su hijo. Pidió de vacaciones el resto de la semana, no tenía intención de ir a la oficina y tener que responder las preguntas insistentes y necias de sus compañeros, no estaba de ánimo. El miércoles, se levantó temprano y tomó unas tres horas para escribir dos cartas. La primera de ellas era destinada a su esposa y la dividió en dos partes: en la primera parte escribió sobre instrucciones de cobro de seguros y las cuentas de ahorro que tenía, había estado haciendo cuentas, y lo que tenían les podía alcanzar para tal vez unos cinco años; la segunda parte la tomó para decirle cuánto la amaba, cuanto la echaría de menos y todo lo que se arrepentía del tiempo que no pasarían más juntos. La otra era para su hijo... Ambas las terminó de escribir llorando.    

Esa última noche no pudo dormir, ¿quién podría?. El jueves en la mañana se despidió de su esposa y de su hijo y partió, con la excusa de visitar a sus padres. Apenas y le dijo adiós a su padre, no pudo contener las lágrimas con su madre. Les hizo prometer que le brindarían toda la ayuda a su familia en caso de que algo le pasará, que "uno nunca sabía cuando podía pasar una desgracia"... ambos estuvieron de acuerdo. Esperó a que fuera de noche, fue al bar que más le gustaba en su lejana adolescencia y pidió "una pequeña dosis de valor" con sabor a whisky. Salió de ahí tan pronto como pudo, no le gustó el ambiente. Puso su disco de música favorito, se quitó el cinturón de seguridad y aceleró. Aceleró hasta que el auto no pudo más, y en la primera oportunidad que tuvo, se dirigió directo al barranco cumpliendo, por fin, su plan...

***

Las noticias del día siguiente, hacían énfasis en que, una vez más, el alcohol y la velocidad cobraban una víctima más en las carreteras, otros eran menos severos y hablaban de un desperfecto mecánico, no podía "determinarse con claridad". Periodistas, sin tacto, hacían toda clase de preguntas estúpidas a la ahora viuda del que en vida fue el mejor hijo, el mejor compañero de trabajo, el mejor esposo y el mejor padre; mientras en su casa el teléfono suena constantemente sin ser atendido por nadie. Es por esto que una enfermera, ajena a la situación, deja un mensaje en la contestadora, pidiendo las disculpas del caso y solicitando que R. se presentara inmediatamente en el hospital, ya que debido a un error con su nombre fue diagnosticado erróneamente de cáncer y que sólo se trataba de una simple anemia pero que debía ser atendida lo más pronto posible...




















lunes, 2 de mayo de 2016

El Poeta Halley (Fragmento)

Santi Balmes

Acojo en mi hogar 
Palabras que he encontrado abandonadas en mi palabrera. 
Examino cada jaula y allí, narrando vocales y consonantes,
Encuentro a sucios verbos que lloran después de ser abandonados por un 
Sujeto que un día fue su amo 
Y de tan creído que era prescindió del predicado. 

Esta misma semana han encontrado a un par de adjetivos trastornados, 
A tres adverbios muertos de frío 
Y a otros tanto de la raza pronombre
Que sueñan en sus jaulas con ser la sombra de un niño.
Se llama entonces a las palabras que llevan más días abandonadas 
Y me las llevo a casa,
Las vacuno de la rabia ,
Y las peino a mi manera 
Como si fueran hijas únicas... Porque en verdad todas son únicas. 

Acto seguido y antes de integrarlas en un parvulario de relatos o canciones 
Les doy un beso de tinta
 Y les digo que si quieres ganarte el respeto nunca hay que olvidarse los 
Acentos en el patio. 

A veces les pongo a mis palabras diéresis de colores imitando diademas
Y yo solo observo como juegan en el patio de un poema.

Casi siempre te abandonan demasiado pronto, 
Y las escuchas en bocas ajenas,
Y te alegras,
Y te enojas contigo mismo como con todo lo que amamos con cierto egoísmo.
Y uno se queda en casa, inerte y algo vacío 
Acariciando aquel vocablo mudo llamado silencio 
Siempre fiel, siempre contigo.
Pero todo es ley de vida.
Como un día me dijo el poeta Halley, 
Si las palabras se atraen, que se unan entre ellas 
Y a brillar, que son dos sílabas.