domingo, 2 de abril de 2017

Primera Epifanía

Últimamente me da por recordar todas las cosas que hice durante mi juventud. Pero el problema que todo esto me provoca es que este ejercicio también me hace recordar las que no hice, y aquí es dónde la situación se vuelve un poco confusa. Puede que sea la melancolía que conlleva ser viejo, estar lleno de canas y de arrugas en el alma; pero pasa y no lo puedo evitar.

Pienso, por ejemplo, en esa tarde soleada de febrero, cuando al estar en una casa de la capital, muy tranquila pese a estar ubicada cerca de una avenida transitada y que no conocía hasta ese entonces, me enamoré perdidamente de la forma en que el sol de la tarde iluminaba sus ojos y su cabello; y como toda ella (con sus defectos, virtudes e historia) se combinaba para darle a mis mortales ojos algo que nunca antes habían visto. Recuerdo también, muy claramente, que no se lo dije, y que nunca lo hice, porque en el mismo instante del milagro tuve una epifanía: nunca íbamos a estar juntos.

Desde ese entonces, vomité “te quieros” hasta olvidar su significado y la visión… Y un día, finalmente, el tiempo me dio la razón.

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